[Crónica]
El otro día, mientras iba de afán a la escuela —con los deberes enredados en la cabeza—, me topé en el celular con un titular de un periódico que decía: Día internacional del primer beso. No leí el artículo, claro, tenía niños esperándome con los dientes sueltos y las preguntas listas. Pero el título se me quedó pegado como un chicle en el zapato. A la hora del recreo vi que tenía algo de señal y averigüé el dato: se celebra los 23 de mayo desde el año 2009, dizque para vincularlo a campañas de sensibilización sobre la autoestima y la prevención del embarazo adolescente.
¿Día del primer beso? ¿Qué sigue, el día de la primera miradita coqueta en séptimo grado? ¿Día mundial de la media caricia? ¿Semana Santa de los abrazos incómodos? Estamos a un decreto de celebrar el «Día del bostezo compartido» o el «Día del guiño malinterpretado». El calendario ya no tiene feriados, sino excusas.
Pero me fui quedando con la palabra: beso. Y qué palabra, carajo. Tan cortita y tan peligrosa. Ahí está el beso más traidor de la historia, el de Judas. Ese sí que fue el primero… en costar treinta monedas y una cruz. Y está el otro, ese que se le da a una madre en su lecho de muerte —ese que no se olvida, aunque uno se olvide del mundo—, a mí me tocó; fue el único beso que me dolió más que cualquier rechazo adolescente. Y el beso robado, ese juego entre la picardía y el atrevimiento que en estos tiempos ya no se puede jugar sin firmar consentimiento informado.
También hay besos de apellido, como ese magnate famoso que anda por ahí sin que uno sepa si vende satélites o se besa a sí mismo en el espejo. Ah, no, ese es con zeta, pero también quiere que la gente suba al espacio…
Y están los besos que se dan por debajo, como quien besa anillos con tal de subir un escalón, o los que se dan por protocolo, como en la mejilla del Papa, aunque el alma esté ausente. Los obispos los reciben como quien cobra peaje: sin mirar al que pasa, pero esperando devoción exacta. ¿Recuerdan la frase de ese señor presidente sobre los aranceles? «Estos países me están llamando, besándome el trasero». De solo imaginarlo me da cosa…
Recordé entonces a Julia Roberts en Mujer bonita: hacía «de todo» menos besar. Decía que besar era otra cosa, más íntimo, más humano. Y ahí fue cuando pensé en los animales. El toro no besa a la vaca en la cópula, será por eso su cara triste. El gato se restriega, pero no hay preludio de labios. ¿Será el beso un invento exclusivo de nuestra especie? ¿Una de esas rarezas que nos hacen humanos, para bien o para mal?
La ciencia, con ese ánimo de quitarnos la poesía, dice que besar ayuda a intercambiar bacterias para fortalecer el sistema inmune. ¡Qué romántico! O sea que el primer beso no fue por amor, sino por salud preventiva. Pero entonces, ¿dónde queda el temblor de piernas, el corazón que se escapa como perro sin correa, el no saber qué hacer con las manos?
En la historia también hay besos inmortales: El beso, de Auguste Rodin, una escultura sensual, detenida en el tiempo, congelada en piedra; el beso del marinero y la enfermera, capturado por el fotógrafo Alfred Eisenstaed el día que se anunció el fin de la Segunda Guerra Mundial, la euforia del alivio, el regreso después de triunfar de la muerte; y, claro, mis queridos lectores, para que no digan que no aporté datos científicos, allá en Tailandia una pareja se besó durante 58 horas, 35 minutos y 58 segundos. No sé si fue por amor, por aguante o por premio, pero ese beso ya pasó del alma a la maratón y es récord mundial.
Así que sí, puede que el primer beso tenga su día, pero los besos de verdad —los que queman, salvan o duelen— no necesitan calendario: se nos quedan tatuados en la boca… o en el alma.
Y usted, mi querido lector, ¿recuerda a quién le dio la ternura virginal de su primer beso?
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HENRI GARCÍA JARAMILLO: En el año 2005 fundó el Taller de literatura El sueño del pino, con el que se han realizado eventos literarios nacionales e internacionales. Dirige, por tanto, el órgano de difusión del Taller, la revista literaria Alas de papel, que ya cuenta con nueve números. Sus escritos han sido publicados en varias antologías.
Además de varias cartillas educativas, ha publicado cinco libros de variados temas: Otra página en blanco, Imagenesis, De bolsillo, Él, que me habita y 52 viernes d’estos.
Así se refiere Henri a él mismo:
Nací en 1972 en un febrero tibio.
Profesor de escuela rural prefiero el verde más que el gris.
Poeta de pocas plumas he volado poco.
Pobre de nacimiento, mi riqueza es la familia y el firmamento.
Guerrero de la vida mi mayor temor es el olvido.
Cuando su columna Otra página en blanco aparezca en blanco, es porque a Henri se le olvidó respirar, o lo ahorcó un suspiro. Por lo pronto, catemos su palabra. ¡Salud!
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