[Cuento]
—¡Venga, usted por qué no entiende que no se puede ir pa por allá a estas horas, no ve que por allá espantan! Es que usted definitivamente si no hace caso; si yo le digo que no le meta los dedos a la licuadora, usted es capaz de metérselos así le salgan vueltos un pordiosero solamente por llevarle a uno la contraria.
—Ay, amá, otra vez con lo mismo.
—Tiene que aprender a hacer caso, no ve que sino le va mal, acuérdese de su papá, siempre llevado de su parecer y con ese genio que se mandaba, ¿y cómo terminó? Es que mejor no hablemos de eso, porque eso es sufrimiento para usted y sufrimiento para mí. Porque su papá a pesar de todo lo conchudo que era, era su papá y a usted sí lo quería mucho y se preocupaba por usted. Por eso ya que estamos solos, tiene que hacerme caso, mijo.
—Sí, ma, no se preocupe que yo igual no quiero seguir yendo. ¿Se acuerda de Yeison Estiven? Sus papás ya entregaron la finca, se fueron a vivir a Medellín, y yo jugaba era con él.
El sitio al que se refería su mamá era Paso Maluco, un sector de la carretera entre Yarumal y el corregimiento de Cedeño, que se había ido llenando de calvarios, primero de personas que fueron matando, y después por accidentes que empezaron a darse. Cosas como quedarse sin frenos los carros, aunque lograban tirarlos contra el barranco y no pasaba del susto, alguno incluso se había quedado sin luces, a media noche y ahí se quedó hasta el otro día, porque ni el chofer salió a mirar qué podía ser, muerto de miedo. Lo raro era que siempre pasara en ese pedacito de la carretera. Lo más triste fue cuando don Jesús, que vivía cerquita, se despeñó con todo y bestia después de haberse bebido toda la quincena. Lo hizo en una fonda de enseguida, que comenzó a quedarse sin clientes por miedo a la maldición que ya nadie era capaz de negar. Todos estaban seguros que por la influencia del pecado en ese lugar, que también era hospedaje y sitio de placer, había comenzado a morirse la gente ahí cerquita.
No estaba lejos de la casa de Yohan Esneider, y era el último sitio donde había estado su papá, por causa de unos sujetos toscos y uniformados, que obedecían a alguien a quien vagamente llamaban «el patrón». Trataban con formalidad al joven Yohan, y a la mamá se le ponían los pelos de punta cuando él le entregaba alguna guayaba o mandarina que ellos le habían dado.
—Sea formal con ellos, mijo, pero de lejitos.
El joven Yohan, que no entendía demasiado las cosas de la vida, sabía que lo normal era que los niños tuvieran padre; recordaba que el suyo, que de vez en cuando se aparecía, aunque fuera para darle malestares a su mamá, siempre le llevaba algún traído; sabía que ya no estaba, aunque no conocía el por qué; sabía que en el Paso Maluco pasaban cosas raras, según la gente y su mamá, y la razón por la que todos le temían al sitio, era la misma por la que él se quedaba allí todos los días hasta el anochecer: esperaba que su papá se le apareciera al menos una última vez.
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