Portada de la columna de opinión de Mateo Pérez Rueda

Pertenezco a las calles

[Reflexión]

«La sencillez es la clave de la contundencia», pensé cuando leí la columna de opinión Los animales no se drogan, de esta misma casa. El autor dimensiona en ella el halo mágico y sabio de los animales en su ignorancia del porqué de las cosas. Columnas así son oro puro, pues dan las buenas razones para escapar al jardín de la existencia donde todo simplemente es.

Es necesario en esta época de adolescentes genios que se lo preguntan todo a un celular, donde la última palabra la tienen los que hacen las teorías que sólo ellos pueden explicar, donde hay abogados enojados con los demás porque no se saben todas las leyes de memoria, donde hay que pagar un curso básico para estar certificado en hacer las cosas más básicas, donde este colectivo maniaco nos está arrastrando a un régimen tecnocrático.

Abrí un periódico para buscar una luz y saber qué tenían para decir los columnistas. Eran pistoleros. Escogían una víctima y le apuntaban para inhibir con esa treta impune llamada lenguaje. No aportaban nada a la discusión nacional, no guiaban, no vislumbraban, sólo aprendieron a competir, desplegando tras de sí una hondonada de ego que los hundía entre más lo gritaban.

Ya sospechaba que algunos de los más importantes “líderes” de opinión o de la academia gastan tinta en pleitos inventados y sólo buscan sacar a relucir ideas propias. Tienen un objetivo: tener la razón, o más bien… tenerse la razón. El que piense lo contrario, es un idiota. Y se atrincheran a disparar veneno al que se meta con su hipótesis, mientras los problemas del país comen palomitas en el palco y hasta se ríen.  Se convirtieron en seres hostiles que viven pendientes a cuanta opinión surja, para mostrar sus colmillos.

Cuando un grupo de académicos quiere buscar la solución a un problema, siempre se cuela el interés particular y es como si todo esfuerzo técnico para mejorar la sociedad se redujera a la teoría de la elección racional. Y en esa discusión infinita de axiomas imaginarios, desde los años noventa, estamos desarrollando a nuestros propios clones sin siquiera darnos cuenta; es decir, pasamos de poner problema por cosas intangibles a no poner problema por absolutamente nada, pues las máquinas ya lo solucionarán. 

Tal como señala el sociólogo estadounidense Neil Postman en su libro Tecnópolis. La rendición de la cultura a la tecnología, luego de la creación de la máquina de vapor, las personas piensan que las herramientas son sus servidoras y no sus dueñas. Además, el autor enfatiza su preocupación de que el objetivo fundamental del trabajo y el pensamiento humano contemporáneo sea la eficacia y que el cálculo técnico sea superior al juicio humano.

Por eso, rompí mi vínculo con ese mundo imaginario y ahora pertenezco a las calles, donde los humanos pasan sin pretensiones, donde la realidad no miente.  Donde los vagabundos deliran en el bazuco, las prostitutas pelean afuera de los bares, el ladrón vive alerta al incauto, donde los humanos que no tienen su disfraz de civil te explican la fórmula más fiel y exacta para entender la vida: Todo es sufrimiento, miseria, injusticia, corrupción e indiferencia y nadie hará algo para cambiarlo.

Pero no todo es obscuridad, como ese rincón donde no sabemos de qué color son los guarismos y las leyes, pues con esta reflexión descubrimos que no podemos explicar la vida,  pero sí vivirla en su estado más puro, es decir, en los países pobres del sur, en los cambuches, en las cantinas de mala muerte de los corregimientos, en la minga indígena abriéndose paso en la ciudad, en el corredor de una finca campesina plagada de macetas, en los corrillos de los trabajadores de la plaza de mercado, en el indigente harapiento y maloliente que te sonríe tras la calada efímera de su pipa improvisada.

Mateo Pérez Rueda: Estudiante de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, director del medio alternativo Revista El Confidente del municipio de Yarumal, Antioquia. Ha publicado algunos poemas en la revista Alas de papel y el periódico Sueño Norte. También participó con algunos poemas en las compilaciones locales de Sello de Autores Yarumaleños y Epifanías.

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