[Crónica]
Dicen que el salario de la clase media dura dos días. Y no es chiste, es ciencia exacta. Apenas se asoma la quincena, la plata se evapora como si el billete fuera de papel secante. Llega el arriendo, los servicios públicos, la cuenta en la tienda del barrio —donde uno lleva años pensando que le están «echando chuzo»— hasta que un día, con resignación, cae en cuenta de que no es que el tendero robe: es que uno pide de más y todo sube, sobre todo por la gasolina, esa que uno ni gasta porque ni carro tiene.
Después, toca pagarle al hermano que siempre desvara a mitad de mes. Ese héroe sin intereses que nunca falta, aunque uno le pague tarde y con la promesa de que «la otra sí me alcanza». Pero la otra tampoco alcanza. Y cuando por fin llega el cumpleaños del sobrino, uno aparece con un regalo comprado en un remate: un muñeco cojo, una camisa torcida o unos zapatos con la suela mirando pa’l lado. Todo con tal de no llegar con las manos vacías.
Y pa’ acabar de ajustar, se cruza septiembre con sus inventos. Mes de la amistad, mes del amigo secreto. Empieza la racha: en la cuadra, el sorteo con los vecinos. En la oficina, el jefe propone el juego. En la casa, la esposa anuncia con alegría: «adiviná, vamos a jugar amigo secreto en la familia, vos sabés, para compartir con todos». Y uno no dice que no, porque en este país la peor ofensa no es robarse el erario, sino parecer chichipato.
El colmo fue esta semana cuando, prendiendo la radio, el locutor anunció con voz de profeta: «desde septiembre se siente diciembre». Y sueltan el vallenato: Cómo me compongo yo en el día de hoy, cómo me compongo yo en el día de mañana. Ahí fue cuando confirmé que llevo veinte años diciéndome a mí mismo: «mi mismo, el próximo mes será mejor». Y ahí seguimos, sobreviviendo sin que alcance para los imprevistos de cada mes.
Porque siempre hay algo: que se enfermó la tía, que el día de la madre, que el día del padre, que el día de la secretaria, que el baby shower de la prima, que la reunión de excompañeros de colegio, que el gato se enfermó. Y cuando, milagrosamente, no pasa nada… el enfermo resulta ser uno. Deficiencia de vitaminas, dijo el médico. Y claro, la EPS no las cubre porque para ellos la vitamina es un lujo nórdico.
Aun así, la esperanza nunca se jubila. Cada mes nace la ilusión: este sí me gano el chance de cuatro cifras, en el que invertí veinte mil pesos con la fe puesta en San Judas Tadeo. Para eso le compré la veladora verde, porque no hay milagro sin inversión. Total, de algo hay que aferrarse: o al chance, o a la cerveza, o al dicho de que «todo mejora».
La clase media en Colombia no vive, se las ingenia. Es malabarista profesional: equilibra deudas, favores, rifas, fiestas y enfermedades. Sonríe en la oficina, compra en remates, paga gota a gota disfrazados de «cooperativas» y aún tiene que dar gracias porque, a diferencia de los más pobres, al menos «tiene empleo». Aunque ese empleo se trague el alma y el salario se esfume en dos días, dos miserables días.
Al final, la verdadera tradición nacional no es la ruana, ni el sombrero vueltiao, ni la arepa. Es esa frase que repetimos como mantra: «el próximo mes será mejor». Y así se nos van los años, entre promesas a nosotros mismos y veladoras al santo de turno.
Y si algún día sobra un billete, no se ilusione: el Gobierno ya pensó en usted. Lo bautizó «clase media», pero en realidad significa: «usted paga todo, pero no recibe nada». Y si acaso llega el milagro y de verdad sobra un billete, tranquilo: el próximo imprevisto ya está en camino.
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HENRI GARCÍA JARAMILLO: En el año 2005 fundó el Taller de literatura El sueño del pino, con el que se han realizado eventos literarios nacionales e internacionales. Dirige, por tanto, el órgano de difusión del Taller, la revista literaria Alas de papel, que ya cuenta con nueve números. Sus escritos han sido publicados en varias antologías.
Además de varias cartillas educativas, ha publicado cinco libros de variados temas: Otra página en blanco, Imagenesis, De bolsillo, Él, que me habita y 52 viernes d’estos.
Así se refiere Henri a él mismo:
Nací en 1972 en un febrero tibio.
Profesor de escuela rural prefiero el verde más que el gris.
Poeta de pocas plumas he volado poco.
Pobre de nacimiento, mi riqueza es la familia y el firmamento.
Guerrero de la vida mi mayor temor es el olvido.
Cuando su columna Otra página en blanco aparezca en blanco, es porque a Henri se le olvidó respirar, o lo ahorcó un suspiro. Por lo pronto, catemos su palabra. ¡Salud!
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