[Opinión]
El pasado viernes 22 de noviembre, un grupo de “estudiantes” organizó una actividad hippie en las instalaciones de la sede que la Universidad de Antioquia tiene en Yarumal. El plan era hacer una acampada bajo techo, acción de por sí absurda, porque las acampadas solo pueden hacerse al aire libre, en sitios despoblados (pero, en fin, el caso es que la hicieron). La idea era repartir chocolate, seguramente con alguna hierva silvestre, y quién sabe qué otras cosas. Todo parecía marchar con normalidad, un grupo de hippies, que tal vez no tengan buena convivencia en sus casas, prefirieron pasar la noche en carpas, pero bajo techo, y protegidos por cuatro paredes.
A pesar de la aparente intrascendencia del asunto, las cosas cambiaron significativamente cuando, en la mañana del sábado, los hippies, que practican el pacifismo y el amor, optaron por la violencia y el atropello, pasaron a ser hippies vergonzantes al obstaculizar la entrada y jugar por un momento al mezquino ejercicio del poder, diciendo que ya eran ellos los que mandaban, que nadie podía entrar y que quedaba establecida la revolución en contra del sistema. Su intención es destruir el orden establecido y fundar sobre sus cenizas uno que sea gobernado por ellos, en el que no exista el odio ni las diferencias, en el que todo sea armonía y comprensión. El problema es que están convencidos de que ese mundo opioide puede lograrse a punta de insultos e imposición, estos campistas sin campamento, solamente contemplan dentro de su programa a quienes lleven una carpa y se arrochelen con ellos, esa sí es una auténtica nación hippie. A este paso, Woodstock se les va a quedar chiquito. Este grupúsculo, valiéndose del fuero que impide a la policía ingresar a las universidades así no más, ha bloqueado las clases, controlando qué y quién entra o sale, perjudicando el funcionamiento académico e institucional; pero, por supuesto, su premisa es salvaguardar la educación.
Con lo anterior, estimado lector, debió llegar a sus narices un desagradable tufillo. Es el olor a descomposición que proviene de la ideología trasnochada de que todo el sistema está mal, de que el estado no sirve y que con el simple hecho de sabotearlo ya se está haciendo la revolución, una premisa que se condensa en el «rompan todo» proveniente del rock. Se ataca al estado, pero se lo utiliza apropiándose de sus espacios; el estado no sirve si es para compartirlo, pero si es únicamente para mí y mis compas, qué delicia. No olvidemos decir que la revolución se acaba cuando ese estado al que denigran los compra con sus prebendas, puestos o cualquier tipo de emolumento. Porque en definitiva es lo que quieren, que el estado les dé más, no son grandes contribuyentes y aun así necesitan una tajada más grande. ¿Es esto revolución, es este atropello una acción legítima? Responda usted, estimado lector: eso es vandalismo.
Así puedo contarles una historia. Durante los siglos V y VI, una serie de tribus bárbaras asaltaron Europa con fervor, la más representativa de ellos fue la de los godos, provenientes de Gotland (tierra de los godos) en Suecia, quienes bajaron desde el norte y desataron el caos en muchos lugares, incluso llegaron a invadir Roma en el 411, lo hicieron los visigodos, la vertiente occidental de esta familia bárbara. La tribu de los vándalos (de Vendel, ruralidad sueca) no se quedó atrás, por esa misma época se asentaron en la península ibérica, donde dejaron su huella en el mapa con el nombre de Andalucía, nombre en el que desapareció la v inicial, para luego dar el golpe también a Roma en el 455. La conducta de los vándalos dio origen a la palabra que utilizamos hoy en día, referida a cualquiera que lleve a cabo una destrucción, ocupación o vejamen injustificado.
Y lo anterior no lo dije para darles un aire épico a nuestros campistas sin campamento, aunque les encantaría tenerlo; fue simplemente un contexto para gente con cultura, aquella que de verdad gusta de estudiar, porque las clases siempre las paran los malos estudiantes, que viven viendo cómo sabotean el buen proceso de los demás. Existe un perfil perfecto para esto: la gente de “ciencia” política, que tiene un fetiche con la derecha, pues la aman en la clandestinidad. Y se les sumó otro gremio local: los de educación física, que solo se la pasan jugando en las colchonetas. Nuestros amigos de la revolución somnolienta, nos acusan a los que estamos afuera de no valorar el trabajo, pero ellos llevan una semana metidos en sus cambuches, atenidos a lo que el estado les ofrezca como soborno para que abandonen su “lucha”, palabra que les encanta cacarear, son unos auténticos luchones y luchonas del Campus Yarumal. ¿Y cuál es su modus operandi? Ladrar en gavilla a todo el que se les acerque, se comportan como la jauría de perros que no cesan de reunirse para olerse unos a otros. Y se rotan para unos salir (espero que a bañarse) mientras otros los cubren y de ese modo sacan adelante lo que, más que revolución, parece una suerte de piyamada para gente adulta y sin plata.
Pero lo peor que todo esto es la lamentable complacencia, cobardía o indiferencia de la inmensa mayoría de estudiantes que se oponen a este abuso. Porque se preocupan más por su mezquino interés particular (ya salí a vacaciones, ya casi me gradúo, me importa un carajo lo que pase alrededor, quiero a mi mami), antes que ayudar a sofocar el germen del desorden, el anarquismo, la intolerancia y el atropello que pretenden seguirnos imponiendo estos revolucionarios blandos cada vez que se aburran de estar metidos en sus casas.
///
Deja una respuesta