Fragmento de un cuadro de Francisco de Miranda

Miranda y la primera invención de Colombia

[Ensayo]

«Variadas y a veces muy difíciles de esclarecer son las etapas de la vida y la obra de este primer hispanoamericano universal» (Picón-Salas 1955), son las palabras iniciales con que el gran ensayista venezolano Mariano Picón-Salas ―que estudió durante años el Archivo del General Miranda―, subraya dos características de la vida de este trascendental personaje: la clandestinidad y la universalidad. La idea de Miranda de hacer de la América española un Continente Colombiano bebió de ambas características con igual empeño. Francisco de Miranda fue un hombre culto, elegante, políglota, viajero, escritor, militar, pero el adjetivo que mejor ha resumido su naturaleza ha sido el que lo califica como el «Precursor» de la Independencia hispanoamericana. Él fue mucho más que eso, y aunque el relato tradicional a veces intente reducirlo a ese único aspecto, y darle además una condición de iluminado y predestinado desde sus primeros pasos, es preferible pensar que los reveses de su vida lo fueron llevando hacia este objetivo, como revelan sus biografías.

No cabe duda que la emancipación de las colonias en América, desde que se planteó la cuestión como inaplazable, fue el eje conductor de sus actuaciones y una verdadera obsesión, que tuvo por nombre Colombia. Por una serie de muchos errores y malentendidos, que relata con minucia Stefan Zweig, el continente que Miranda quería ver libre había sido bautizado en alusión al gran navegante Américo Vespucio (Zweig 2019); el nombre que ahora reclamaba y que significaba «tierra de Colón», ya había sido requerido por cronistas y pensadores desde el mismo momento del infausto nombramiento, que veían como una terrible usurpación manifestada en la tiranía de los conquistadores y del futuro Imperio español (Cock Hincapié 1998).  Miranda sabía que este nuevo nombre era el primer paso hacia la anhelada libertad. Como se ha dicho, Miranda fue mucho más que un precursor de independencias, pero esa faceta fue la que lo ocupó más decididamente y hay momentos, documentos y actuaciones a lo largo de su vida en que más claro se patenta su idea de Colombia, su idea de crear un Continente Colombiano expulsando una tiranía de tres siglos de antigüedad. A continuación, siguiendo la biografía de Inés Quintero, presento un recorrido por los momentos clave de semejante empresa.

Francisco de Miranda (1750-1816) había salido de Caracas en 1771 con destino a España, con instrucciones de su padre de hacerse un militar de prestigio y reparar con ello la ofensa que se había cometido contra su familia. Su padre, don Sebastián Miranda, había sido nombrado capitán del recién creado Batallón de Blancos Voluntarios y este hecho ofendió al Cabildo y a la aristocracia caraqueña (los mantuanos), que respondieron execrando la figura de don Sebastián por ser peninsular o isleño ―era canario― y comerciante, exigiendo su inmediata destitución. Este conflicto, que pone en evidencia «dos elementos que para ese momento simbolizan reales antagonismos sociales: de un lado, la oposición entre peninsulares y criollos; del otro lado, la oposición entre el sector comerciante y la “nobleza”» (Bohórquez 2006), ha sido cubierto con un halo de determinación teleológica sobre la vida de Miranda, llegando a afirmar que, cuando se embarcó para España iba «abrazado a un rencor» (Paz Otero 2011) y un odio que no verían sosiego hasta ver consumada la libertad de América. Esto parece una exageración de los relatos patrióticos; más objetivo es considerarlo como un primer antecedente de los sucesos que viviría en carne propia y determinarían más directamente sus decisiones.

Habiendo comprado Miranda ante escribano el grado de capitán del ejército español ―«Nunca pudo imaginar el poco prejuiciado funcionario que ese acto de simple rutina administrativa pondría en marcha una colosal tormenta» (Paz Otero 2011), para dejar en evidencia las interpretaciones barrocas y afectadas― partió a Melilla, norte de África, donde tuvo actuaciones destacadas, por las que solicitó fuera agregado a un regimiento que se enviaría a América, según sus propias palabras: «más por un efecto de amor hacia la patria que por interés mío propio», en el que «pueda mejor manifestar mi celo y aplicación» (Miranda 2006). Muchas solicitudes de esta índole nunca fueron escuchadas, circunstancia que sí engendro de manera evidente en él un resentimiento hacia España. Después sería enviado a Cuba, a las órdenes de su eterno protector el general Juan Manuel Cagigal, desde donde tendría oportunidad de participar felizmente en Florida en el sitio de Pensacola, en apoyo a la guerra de independencia de los Estados Unidos. Ascendido a teniente coronel por Cagigal, es enviado a Jamaica para cumplir gestiones diplomáticas, por las que será culpado de espionaje y de contrabando, cargos que se sumaban a otros que venía arrastrando de insubordinación, y el más increíble de todos: desde años atrás venía siendo investigado por la Inquisición, debido a opiniones heréticas, porte de libros prohibidos y pinturas obscenas.

En abril de 1783 le manifiesta a Cagigal su determinación de desertar, pues «La experiencia y conocimiento que el hombre adquiere, visitando y examinando personalmente con inteligencia prolija en el gran libro del universo; (…) es lo que únicamente puede sazonar el fruto y completar en algún modo la obra magna de formar un hombre sólido y de provecho» (Miranda 2006). Decía adiós a un ejército español que se negaba a reconocer sus méritos y capacidades, y a una nación que además lo perseguía por poseer una nutrida biblioteca y una colección de arte. Esta carta a su protector evidencia, no odio ni resentimiento que seguramente ya sentía, sino dos de las más notorias características mirandinas: el afán de saber, de ser culto, y su espíritu de observador y viajero.

***

Las primeras evidencias del germen libertario aparecerían poco después, en los Estados Unidos. No podía ser en otro lugar que la floreciente república de la libertad, en cuya gesta había tenido participación. Será luego de largas conversaciones con Alexander Hamilton y Henry Knox que Miranda hará manifestaciones «por primera vez y de manera explícita y vehemente [de] lo que ya se había convertido en su mayor obsesión: hacer la revolución en las provincias españolas de la América del Sur» (Quintero 2006). Resultado de estos encuentros fue un documento fechado en 23 de noviembre de 1784 en donde se hace una estimación de los gastos para un ejército de 5000 hombres para una campaña militar de largo aliento (Miranda 2006). Los nuevos estadounidenses siempre mostraron mucha simpatía e intenciones de ayudar en la causa mirandina, pero la recién nacida república no podía comprometerse en tan grande tarea. Así todo, esta estimación es un primer trazo del amplio dibujo que sería la invención del Continente Colombiano.

Miranda continúa su viaje por «el gran libro del universo» y en 1785 está en Londres. El día 20 de agosto el periódico The Morning Chronicle publica una nota en donde se habla de «un americano español de gran importancia que posee la confianza de sus conciudadanos y que aspira a la gloria de ser el libertador de su país» (Quintero 2006). De allí emprende un recorrido por toda la Europa digna de conocerse hasta llegar a Rusia, donde llegó a agradar tanto a Catalina la Grande que esta le ofreció quedarse allí, protegido de la persecución de España. Valga decir que en todos estos países los agentes de la Inquisición estaban al acecho de un Miranda que siempre estuvo un paso adelante para nunca dejarse agarrar. Con muchos favores de la zarina regresa a Inglaterra, donde el 14 de febrero de 1790 tendría lugar el inicio del episodio más ambicioso de su sueño colombiano: la gestión ante el primer ministro inglés William Pitt, a quien le hace una Propuesta fundamental, consistente en que «La América española desea que la Inglaterra le ayude a sacudir la opresión infame en que la España la tiene constituida», a cambio de «un vastísimo comercio que ofrecer con preferencia a la Inglaterra», un comercio recíprocamente ventajoso que llevaría a «estas dos naciones a formar el más respetable y preponderante cuerpo político del Mundo». Para lo cual le propone la construcción de un canal en el istmo de Panamá y le envía un informe con la situación poblacional, económica y militar de América y sus perspectivas para el futuro (Miranda 2006).

Colombia está cerca de ser una realidad, las opciones son inmejorables, pero que Miranda buscara este tipo de ayuda e hiciera tales ofrecimientos fue siempre motivo de contradicción. «¿No era eso como vender servicios de revolucionario?», se pregunta Paz Otero. «¡Eterna dualidad inglesa! Inglaterra quiere la libertad de Hispanoamérica, pero aspira, al mismo tiempo, a condicionar esa libertad», es la alarma que enciente Picón-Salas. Pero como advierte Romero, «la historia latinoamericana de los tiempos que siguieron a la Emancipación parece un juego difícilmente inteligible, una constante contradicción en el seno de una realidad institucionalizada según modelos difícilmente adaptables», es decir, «la inadecuación de los modelos extranjeros a las situaciones locales latinoamericanas» (Romero 1985). La circunstancia de Miranda era necesariamente contradictoria, como lo fue para sus compañeros y predecesores que fundaron las nuevas repúblicas, al buscar en el extranjero los sistemas de gobierno a aplicar en el mundo mestizo.

Aunque fueron varias las reuniones y copiosa la correspondencia con Pitt, las situaciones de guerra y de paz entre Inglaterra y España determinaban el interés del ministro, cosa que molestó al Precursor y provocó su marcha hacia la Francia revolucionaria. En agosto de 1792, en París, aceptó «el grado y sueldo de Mariscal de Campo» del ejército francés con la condición fundamental de que la causa de las colonias Hispanoamericanas «sea protegida eficazmente por Francia, puesto que es la de la libertad, y que me conceda el permiso (en el momento que se presente la ocasión) para ocuparme principalmente de la felicidad de ellas, estableciendo la libertad y la independencia de sus países» (Miranda 2006). La actuación de Miranda en la Revolución francesa le mereció tener su nombre tallado en el Arco del Triunfo y haber estado cerca de ser guillotinado por Robespierre. Fue un período bastante excepcional en su ya excéntrica vida, pues había llegado a este país buscando la oportunidad libertaria que la desidia de Estados Unidos e Inglaterra le negaban, aun cuando no compartía y más bien le aterraban los principios de la Revolución.

***

Miranda fue una especie de meritócrata, creía en el gobierno de la virtud; ya a Samuel Adams le había planteado la cuestión sobre «¿cómo en una democracia, cuya base era la virtud, no se le señalaba puesto a ésta, y por el contrario, todas las dignidades y el poder se daban a la “propiedad”, que es justamente el veneno de una república semejante?» (Miranda 2006). Picón-Salas se lo planteó preguntándose si «En el fondo, ¿no deseaba Miranda una república dirigida por un patriciado cuyo título de poder no fuese como en las monarquías, la sangre y el privilegio genealógico, sino el mérito y la “virtud”, dándole a esta palabra toda su ensoñación y significado rusoniano?» (Picón-Salas 1955). Que en Francia se proclamara que cualquier ciudadano podía aspirar a gobernar era intolerable para él ―como los abusos de la Convención Nacional que pública y repetidamente denunció― que tanto había padecido de los demás el desprecio de sus capacidades.

Terminada su experiencia francesa, regresa a Londres a principios de 1798 para un segundo intento con el Imperio Británico. William Pitt se muestra más receptivo en esta ocasión y le manifiesta interés de una expedición armada. Ante esto, Miranda envía un nuevo informe sobre el estado general de América, un plan militar y lo más relevante: un singular proyecto de Constitución. En esta proclama que el nuevo territorio colombiano abarcará desde el río Mississipi hasta el cabo de Hornos, todas las costas de ambos océanos entre estos dos extremos; «un poder ejecutivo representado por un Inca provisto del título de Emperador» (Miranda 2006), de corte hereditario; una cámara alta con senadores llamados caciques designados por el Inca, vitalicios pero no hereditarios; y una Cámara de los Comunes elegibles por el pueblo con duración de cinco años cada legislatura; un poder judicial nombrado por el Inca, también vitalicio; dos censores electos por el pueblo y ratificados por el Inca, ediles electos por el senado y cuestores electos por la Cámara de los Comunes. Nueva contradicción mirandina, no propone un modelo inspirado en principios republicanos ni liberales, sino en viejas tradiciones hereditarias y del sistema inglés.

Pero vuelve a ser ignorado por esa bestia del desdén que era William Pitt, y no será hasta 1801 que vuelva a tocar la puerta inglesa debido al cambio de gabinete. El nuevo primer ministro es Henry Addington, a quien presenta un nuevo proyecto de gobierno y de Constitución. Esta vez se elimina la figura del poder hereditario y los mandatos vitalicios, todos los cargos son electivos y solo pueden votar los propietarios, con lo que adopta el principio al que se había resistido en su paso por los Estados Unidos. Propone que haya Cabildos, Asambleas Provinciales y un cuerpo legislativo llamado Concilio Colombiano. Son de destacar dos proclamas que incluye en los papeles para Addington. Estas son auténticos discursos ideológicos, podría decirse que es el tipo de documento más característico de la etapa más comprometida de Miranda con la emancipación. En ellas resalta los derechos de los nativos de América, denuncia la tiranía de la conquista, cuestiona la autoridad de los reyes españoles sobre el continente y alerta sobre los tiempos que corren, más ilustrados y críticos, tiempos en los que «somos demasiado grandes para vivir en una tutela tan ignominiosa» (Miranda 2006). Desde entonces, estas «proclamas» serán su dispositivo de persuasión revolucionaria.

***

Desaparecido una vez más el interés de Inglaterra, que tenía conflictos europeos más importantes e inmediatos, Miranda desembarca en noviembre de 1805 en Nueva York, con el objetivo de comandar definitivamente la expedición que derrocaría al Imperio español. El dos de febrero del año siguiente zarpa en el Leander con dirección a Venezuela, un barco que logró equipar con aportes del tesoro británico y simpatizantes de la empresa y al que puso el nombre de su primer hijo. Esta expedición fue una caricatura más bien triste de toda la labor realizada por Miranda hasta la fecha. Él estaba seguro que la gente de las costas venezolanas lo recibiría entusiasmada y tomaría las armas de la libertad inmediatamente, pero era considerado más como una especie de pirata caribeño y las poblaciones habían sido evacuadas previendo el riesgo que corrían. Alcanzó, en todo caso, a izar la bandera tricolor que había diseñado, inspirada en la del antiguo Imperio inca, en la iglesia parroquial en Coro, y a leer una nueva proclama en la que aseguraba que «llegó el día, por fin, en que, recobrando nuestra América su soberana independencia, podrán sus hijos libremente manifestar al universo sus ánimos generosos» (Romero 1985). Después de este nuevo fracaso, el primero de enero de 1808 está otra vez en su casa de Londres.

Este será su último capítulo de ministerio europeo por la causa americana, previo a su viaje definitivo a Venezuela para participar de la Independencia de manera directa. Desde su casa en Grafton Street Miranda se empeña en difundir la pertinencia de la revolución en América y de compartir la mayor correspondencia posible con altas personalidades del mundo inglés y con los cabildos de Caracas, Buenos Aires, La Habana, México. Como si para ser el «Precursor» se necesitara una voluntad de hierro, vuelve a solicitar apoyo del gobierno británico. El 10 de enero de 1808 le escribe al ministro de guerra, Lord Castlereagh, un largo expediente donde da cuenta de todas sus iniciativas emancipatorias desde 1790, atribuye a la desidia de Inglaterra el fracaso del Leander y le expone un nuevo y detallado plan militar por provincias. De nuevo, la situación política europea minó las gestiones de Miranda: Napoleón acababa de invadir España, Inglaterra debía unirse a ellos para impedir el avance del emperador francés. El hecho molesta y alienta a Miranda, que presionará a los cabildos para que aprovechen el vacío de poder español. Después de muchas visitas, cartas y reveses, hace su último acto propagandístico publicando entre el 15 de marzo y el 15 de mayo de 1810 cinco números de su periódico El Colombiano, donde aparecen proclamas y arengas como esta: «Americanos. Defender vuestra patria no es traición. El serle leal no es infidelidad. Redimirla no es locura. Salvarla no es injusticia. Libertarla es lealtad, es virtud y heroísmo. Sería perfidia abandonarla en el momento más feliz, que pueda acontecer para su emancipación» (Miranda 2006).

Poco después, se conocen en Londres las ultimas noticias: el 19 de abril Caracas se había declarado independiente y los representantes de su Junta, Andrés Bello, Simón Bolívar y Luis López Méndez habían llegado a Londres para solicitar la protección de Inglaterra. Comparten y recorren la ciudad con Miranda, que hace las gestiones pertinentes para estar finalmente el 10 de diciembre de 1810 en La Guaira, a donde había llegado para ejercer como Generalísimo de los Ejércitos de Venezuela su último periplo existencial como protagonista activo de la Independencia de su país.

Conclusiones

Habiendo sido tan polifacética la vida del General Miranda, no se puede hablar de él sin que se omitan otros aspectos interesantes de su devenir existencial. Todo libro escrito sobre él trata sobre alguna de sus dimensiones sin que quede expuesta la totalidad del dibujo biográfico. Mariano Picón-Salas lo calificó de primer hispanoamericano universal y acaso no haya habido ninguno como él.

La parte más amplia e importante de su vida transcurrió en función de lograr que Hispanoamérica fuera independiente del dominio español, esta circunstancia hace muy difícil la tarea de seleccionar los episodios en donde esa intención ocupa el primer plano, porque a veces da la impresión de que todo gira en torno a ese deseo. La selección que presenté ha pretendido ser una aproximación a los preceptos que la idea de la independencia americana tenía para Miranda y las acciones que consideró eran las pertinentes para hacerla efectiva. Susceptibles de ser remplazados uno u otro puntos, los que expuse dan un bosquejo general de la vida de Francisco de Miranda en torno a su intención de convertir a la América española en el Continente Colombiano.

Si bien la palabra Colombia en sus diferentes variables, utilizada para referirse a «la tierra de Colón» apareció en la misma época del Descubrimiento, fue Francisco de Miranda quien la retomó con una enorme carga simbólica y es gracias a su incansable labor política e ideológica que este nombre lo porta la actual República de Colombia.

Bibliografía

Bohórquez, Carmen. 2006. Francisco de Miranda. Precursor de las independencias de América Latina. Caracas: Colección Bicentenario Carabobo.

Cock Hincapié, Olga. 1998. Historia del nombre de Colombia. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.

Miranda, Francisco de. 2006. América espera. Caracas: Colección Bicentenario Carabobo.

Paz Otero, Víctor. 2011. Francisco de Miranda, ¿soñador de absolutos? Bogotá: Villegas Editores.

Picón-Salas, Mariano. 1955. Miranda. México: Aguilar.

Quintero, Inés. 2006. Francisco de Miranda. Caracas: Editorial Arte.

Romero, José Luis. 1985. Pensamiento político de la emancipación. Vol. I. Barcelona: Biblioteca Ayacucho. Zweig, Stefan. 2019. Américo Vespucio. Relato de un error histórico. Barcelona: Acantilado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *