[Cuento]
Alicia se despertó ese día con una sensación extraña, que atribuyó al sueño que había tenido y que no recordaba. Sentía como si alguien la hubiera estado mirando. Le pareció normal atribuirlo a esa rara sensibilidad de las mujeres para saber cuándo alguien las observa, acaso debido a un mecanismo de defensa desarrollado contra depredadores; en todo caso, no dejaba de inquietarla lo extraño que resultaba despertar con sensaciones pero no con recuerdos de lo soñado.
Se sentía rara, algo que no encajaba le combatía por dentro, y los compañeros de trabajo lo notaron. El cansancio de ese día la hizo desvanecerse cuando cruzó el umbral de su habitación al anochecer. La mañana siguiente, por no haber hecho caso a su alarma y no haber preparado lo necesario la víspera, debió correr a la ducha, de la ducha al armario, del armario al autobús. Ya compraría algo de desayuno al llegar a la oficina. Cuando tomó uno de los asiento intermedios en el vehículo y tuvo mediana calma para pensar, sintió escalofrío y miró de inmediato a su derecha, a las sillas contiguas: solo había una mamá sentada y un niño haciendo dibujos en la ventanilla, pero había sentido como si se posara sobre ella la mirada de algún viejo desagradable. Reconoció la extraña sensación del día anterior. Perdió el apetito y trabajó de muy mala gana.
A pocos minutos de terminar la jornada, habló con Irene, su compañera de dependencia, que siempre había sido atenta con ella, la invitaba a planes de chicas y a veces le llevaba algún detalle a la oficina. Alicia no le prestaba mucha atención, no porque le molestara su comportamiento, sino porque desde su separación había preferido hacer de la soledad su más preciado tesoro. Se obligaba a no necesitar de nadie, aún en lo más ínfimo. Pero hoy era distinto, estaba a punto de salir y quería estar acompañada. Terminó pasando la noche en casa de ella, no iba a ser un problema usar algunas prendas prestadas de su amiga por un día.
Pero esa aventura era lícita una sola vez. Además, por lo mal que había trabajado estos tres días últimos, se ganó un buen sacudón de su jefe y debió volver a su casa cargada de estrés y trabajo. Esta circunstancia la hizo en parte ignorar el malestar y sentarse hasta bien entrada la noche a cumplir con sus informes y papelerías inoperantes. Durmió plácidamente, pero no la abandonó la misma sensación al levantarse. Ya no tenía gato, se había ido con la separación, ni alguna otra compañía biológica que pudiera pensarse que la «miraba» mientras dormía.
Con el paso de los días se acostumbraría o terminaría olvidando todo aquello, que no debía ser más que alguna alteración pasajera. Esta vez, a medida que se acercaba a su puerta disminuían las ganas de entrar. No tenía sentido, esa era la razón por la que había preferido quedarse sola: para evitar encontrarse con hombres malhumorados e insensibles que entorpecieran su paz del otro lado. Pero no tenía más opciones, entró resignada y caminó rápido a su habitación. De repente y sin saber por qué, su casa había dejado de ser ese bastión de la privacidad que siempre había soñado. Cuando se recostó en su cama sintió que se ocultaba, como cuando se defendía de las discusiones de sus padres años atrás. Solo le quedaba dormir un rato y confirmar que era el tedio de la oficina el que la tenía así.
Hacia la media noche se despertó, más tranquila y pensando en el insomnio que ahora tendría que pasar antes de volverse a dormir. Una película era la alternativa, para relajarse y alejar de una vez los fantasmas de los dos últimos días. Salió a la cocina a oscuras y el escalofrío la visitó de nuevo, encendió la luz para arreglar comestibles.
Para regresar le sería suficiente la escasa iluminación que emitía el televisor. Cuando apagó la luz vio dos lucecitas flotantes a la altura de su rostro, a un metro de distancia. No comprendió inmediatamente de qué se trataba, hasta que reconoció un par de ojos que la observaban con espeluznante fijación. Soltó el recipiente con frituras que tenía sujetado. Intentó encender de nuevo la luz, pero no dio con el interruptor.
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Versión mejorada del cuento premiado en el 12° Concurso de Cuento corto UNAL en la Web, de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín
Ilustración de Luis Miguel Carvajal (@lu.s_oddcabinet)
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