Portada de la columna de Óscar Danilo Pérez

Hipocresía en el fútbol, hipocresía en el mundo

[Hoja suelta]

En los últimos tiempos las autoridades correspondientes han sancionado a varios futbolistas de la liga italiana por participar en apuestas deportivas, ¡vaya paradoja!, si consideramos que las casas de apuestas son uno de los mayores capitales que patrocinan el fútbol mundial. Las superan los petrodólares árabes que han llovido sobre mojado para darle nombre a equipos que ni siquiera nos habíamos enterado que existían hasta hace poco: sirva de ejemplo el Manchester City, el caso más emblemático. Pero esa conquista del fútbol por medio de los millones que vienen ejecutando los musulmanes, que es una forma muy moderna y subterfugia de conquista de Occidente por Oriente (otra de tantas), es demasiado nueva y no se ha expandido como las apuestas por todo el orbe.

No parece muy sorprendente que sea en Italia donde más evidente haya sido desde tiempo atrás este problema de las apuestas, partidos amañados y compra de árbitros, pensemos que es un país que le enseñó a mucha gente, y en particular a los estadounidenses, cómo delinquir en organizaciones cerradas y poderosas, fenómeno que ha generado el cine más icónico y típicamente «americano». También fue en Nápoles donde un joven y talentoso Diego Maradona se volvió adicto a la cocaína. Pero la contradicción salta a la vista cuando un futbolista es sancionado por apostar y el estampado de su camiseta es el de una empresa de loterías. ¿Entonces en qué quedamos? ¿Es lícito o no es lícito participar de esa «venta mercenaria de suertes»? Porque no puede ser que por un lado recibas millones de cuenta de esos juegos, y por el otro estés sancionando a quienes los estimulan malgastando allí sus sueldos excéntricamente altos.

Otro caso abrumador de hipocresía es el de la liga inglesa, donde a equipos que pelean en la parte baja de la tabla les quitan puntos y los terminan de joder debido a gastos de capital desmesurados, el llamado fair play financiero; pero al supra escrito Manchester City o al fracasado Chelsea, que salen a jugar con tuladas de plata encima, ni los voltean a mirar estas policías deportivas. A los que creen que los logros del City son gracias a Guardiola los invito a reconsiderar sus ideas. ¿Qué está pasando, entonces? Yo pienso que este es uno más de los múltiples ejemplos que demuestran cómo la hipocresía y el desmonte de los valores, por el afán de conseguir plata, vienen erosionando a la especie humana y terminarán llevándola a su inevitable destrucción. Dicho más brevemente: ¡nos está matando la fiebre por conseguir plata!

Al fútbol lo mató esa fiebre, desde que lo tomaron los empresarios y lo convirtieron en un negocio. ¿Qué hay de deportivo en figuras como Florentino Pérez o el lascivo y extravagante primer ministro Silvio Berlusconi; el primero, artífice del mejor Real Madrid, y el segundo, de uno de los mejores AC Milan que han visto las épocas? Empresarios, políticos y especuladores feos y barrigones metiendo sus afiladas garras en el mundo del deporte, ¡¿se ha visto acaso una decadencia mayor?! En este sentido es estelar la carrera de Mauricio Macri: presidente de Boca Juniors, alcalde de Buenos Aires, presidente de Argentina, presidente de la Fundación FIFA. «¡La rompió este pibe!», como dirían los relatores argentinos.

El fútbol se volvió un negocio y el mundo entero está en venta. Todo aquello que era considerado «patrimonial» o «histórico» hoy no son más que vejeces que estorban al progreso y las multinacionales, que no hacen racionamiento de agua, ¡pues cómo! ¿O acaso quieren que se pare la producción de Coca-Cola, líquido más preciado que el agua? Ni pensarlo. La industria gasta en un día una cantidad de agua que el resto de la ciudad necesitaría años para utilizar, pero de todos modos son ellos los que tienen que cumplir con la producción y somos nosotros lo de ruana los que tenemos que hacer de tripas corazón. Y esto no significa que esté en oposición franca a la industria, lo que quiero decir es que donde la democracia no fuera más que un embeleco soñado por la Ilustración, los gobiernos ―ejercidos por los especuladores supra escritos, barrigones y feos como Céspedes― le aplicarían el racionamiento a la industria y no al pueblo llano que vive al día.

La democracia no ha existido nunca, ha sido solo una forma de demagogia muy eficiente, pero antes por lo menos era una utopía posible; hoy, con la muerte del humanismo a causa de la tiranía del lucro económico, es un cadáver descompuesto cuya fetidez se deja sentir a menudo cuando se convoca a elecciones. No se sanciona al City, ni se le obliga a la empresa a que sea seria, y menos se le dice al joven que puede ser más valioso para el porvenir la lectura de un buen libro que cualquier peso ganado en una jornada laboral anónima, porque son los mismos empresarios los dueños del entable político, es la gente de los millions la que al poner la plata pone las condiciones. Y no solamente compra ranchos y castillos de verano, también le va muy bien con la compra de principios, voluntades y vidas. En este detalle está la clave de nuestra extinción.

Lo que no pudo hacer el fanatismo de la religión ni la voracidad de los microbios con las pestes y pandemias, lo veremos con la autodestrucción programada por la lógica de las ganancias reflejada en una cuenta bancaria. En estos tiempos en que están en boga las especulaciones cosmológicas sobre vida inteligente en otros planetas, la ausencia absoluta de pruebas de su existencia hace pensar a los científicos que las civilizaciones no alcanzan a llegar a un punto de aprovechamiento de la energía y dominio tecnológico suficientes para hacer contacto con otros mundos, porque se autodestruyen antes.

De esto no debe caber la menor duda y es además la meta hacia la que transita nuestra pobre especie. La llegada a Marte no es más que una hipótesis todavía, mientras que la Tercera Guerra Mundial está al caer. La Tierra ha sufrido varias mega extinciones, cinco en total, y dicen los que saben, que hacemos parte solamente del uno por ciento de toda la vida que ha existido en este planeta desde que se formó por allá lejos, hace una cantidad incomprensible de tiempo. No debemos sentir pena porque vayamos a desaparecer, cuando es ya algo fortuito que hayamos llegado a existir: tarde o temprano la entropía hará su trabajo y el universo entero colapsará; lo triste es que vayamos a extinguirnos por nuestra propia mano, por culpa de la lógica mercantil que no entiende de bueno o malo, sino sólo de ganancias o pérdidas, y arrasa con todo aquello que no sirve para tener casas de descanso en las Bahamas, algún avioncito privado o mercenarios dispuestos a hacer lo que se les ordene.