Portada del texto de Henri García, titulado "Crónica de un celular muerto".

Crónica de un celular muerto

[Crónica]

Iba yo, como cualquier hijo de vecino moderno, con el pecho erguido y el 23% de batería en el alma luego de salir del trabajo. Todo era posible. Podía llamar, enviar memes, ignorar llamadas importantes, escribirle a Mara y leer lo que no leo ni en los libros: los estados de la gente. Me senté a tomar tinto un buen rato y a ver videos por no dejar. Pero la vida, como bien sabemos, es una batería que se agota sin previo aviso.

Cuando el teléfono alcanzó el 5%, empecé a ahorrar energía como si estuviera en el Chocó sin panel solar: bajé el brillo, cerré apps, recé en voz baja. En el 2%, me volví santo: no respondí nada, evité mirar la hora, y desconecté hasta mis emociones. Pero no hubo milagro. A las 5:47 p.m., en pleno parque, en la mitad del andén, en el centro social donde aun me fían, fui a la administración a pedir prestado un cargador, pues mi celular murió, y con él, yo. Réquiem aetérnam dona eis, dómine, et lux perpétua lúceat eis. Requiéscant in pace. Amen. ¡Ey! Luismi, ¿tenés, por casualidad un cargador pa’ este difunto? ¿Nada? Morí…

Porque ya es uno quien se muere cuando se desconecta. Quedé solo. Sin mapa, sin Uber, sin WhatsApp, sin identidad. Se me borraron los contactos, las ideas y los chismes. Me senté en una banca del parque como quien ha perdido a un ser querido. Nadie me escribió. Nadie me buscó. Nadie me preguntó si estaba bien. Porque sin datos, uno no existe. Hasta las ganas de quitar se me cagaron.

Traté de recordar el número de Mara de memoria… y me dio fue pena conmigo mismo. ¿Cómo así que no me lo sé? ¿Qué tal una urgencia? Imaginé la escena: yo desmayado, alguien queriendo ayudar, y yo sin poder dar ni mi contacto de emergencia. Antes uno se sabía el teléfono de la casa, el de la tía y hasta el de Los bomberos. Ahora apenas si sé cómo se desbloquea esta cosa.

Miré al cielo, pero no para agradecer. Quería saber si por ahí flotaba alguna señal. Hasta la paloma que pasó por encima parecía burlarse de mi desgracia. Intenté recordar cómo era el mundo antes: cuando uno le preguntaba a la gente por una dirección o —¡Dios nos libre!— hablaba con desconocidos. Pero la memoria también se me fue con el 1%.

Y es que en esta era digital, un celular muerto no es un aparato: es una sentencia. Uno comienza a hablar solo, a mirar vitrinas sin verlas, a caminar en círculos. Y el colmo: le sonreí a un desconocido. ¡Terrible! ¡Imperdonable! Eso no lo hacía desde que me declaré a los 15 años con una carta perfumada. El hombre me miró como si le fuera a pedir plata. Yo también me asusté.

Finalmente, encontré un cargador prestado en una heladería y lo enchufé ahí, al lado de los sanitarios, cerca de un orinal y el lavamanos. Como buen zombi digital, me arrastré y conecté el alma. Me senté al lado y vi cómo la vida volvía en forma de 1%… luego 2%… y entonces, volví a respirar.

¡Uf! No somos adictos al celular. ¡Somos el celular! Y cuando él se apaga, lo único que queda vivo es el drama. Ahora entiendo a los zombis: no están muertos, están sin datos. Caminan lento, con cara de angustia, buscando una señal… o una promo de minutos. Y yo, ahí estuve, deambulando entre los vivos, pero desconectado. Desde entonces llevo el cargador como quien lleva escapulario bendito. Duermo con él, lo beso al despertar y le rezo a San Voltio, patrono de los que llegan al 1%. Que no me falte la fe, ni el cable, ni el enchufe. No deseo otra vez los ojos perdidos y el alma en modo avión.

HENRI GARCÍA JARAMILLO: En el año 2005 fundó el Taller de literatura El sueño del pino, con el que se han realizado eventos literarios nacionales e internacionales. Dirige, por tanto, el órgano de difusión del Taller, la revista literaria Alas de papel, que ya cuenta con nueve números. Sus escritos han sido publicados en varias antologías.
Además de varias cartillas educativas, ha publicado cinco libros de variados temas: Otra página en blanco, Imagenesis, De bolsillo, Él, que me habita y 52 viernes d’estos.

Así se refiere Henri a él mismo:
Nací en 1972 en un febrero tibio.
Profesor de escuela rural prefiero el verde más que el gris.
Poeta de pocas plumas he volado poco.
Pobre de nacimiento, mi riqueza es la familia y el firmamento.
Guerrero de la vida mi mayor temor es el olvido.

Cuando su columna Otra página en blanco aparezca en blanco, es porque a Henri se le olvidó respirar, o lo ahorcó un suspiro. Por lo pronto, catemos su palabra. ¡Salud!

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