Imagen generada con IA de un platillo volador sobre una ciudad nocturna.

¿Somos muy anticuados o muy estúpidos?

[Reflexión]

Hay muchos ejemplos, son incontables y se multiplican cada día, que nos dejan en grave evidencia como especie ante una teórica, aunque improbable y cada vez más fabulada inteligencia externa que nos juzgue a lo lejos. Una civilización asentada en nuestro vecindario cósmico, que haya sido capaz de burlar las inmensas distancias que abruman nuestro universo y pueda vernos en tiempo real, aun estando a varios años luz de distancia, ¡a eso le llamaría yo televisión en vivo! Como sucede en la serie El problema de los tres cuerpos, en la que unos extraterrestres desde su roca lejana pueden comunicarse en tiempo real con un señor montado en un barco acá en la Tierra. Se demoran cuatrocientos años para llegar acá, y eso que pegados del acelerador, pero su teléfono celular se conecta al instante. ¿Cómo lo hacen? Si alguien del otro lado conoce el artilugio le ruego que lo ponga en los comentarios. En fin, este tipo de imaginaciones han estado en boga desde mediados del siglo pasado, pero con una proyección científica seria, nada que ver con la basura UFO surgida por la misma época. La pregunta en tal caso es: ¿qué pensaría de nosotros esa inteligencia exoplanetaria?

 Imposible saberla mientras no nos la den, pero la respuesta casi con seguridad sería lo que en su cuento Asnos estúpidos consignó Isaac Asimov. El «buen doctor», alguien de quien se dijo en su tiempo que lo sabía todo y, cosa curiosa, salió de la universidad por no publicar artículos académicos, por negarse a caer en esa trampa actual de la “producción” de conocimiento. Era alguien inteligente. Esta breve pieza describe una civilización galáctica avanzada, la raza rigeliana (por Rigel, una de las estrellas más brillantes de la constelación de Orión y que constituye la pierna izquierda del gigante de la mitología griega), con el listado  de las razas que habían adquirido el don de la inteligencia y de aquellas que por alcanzar la madurez podían aspirar a formar parte de la Federación Galáctica, grupo selecto en el que acababa de entrar la Tierra, cuyos habitantes lograron romper el récord de pasar de la inteligencia a la madurez en el menor tiempo, después de cumplir con el requisito de dominar la energía termonuclear: «Sus naves sondearán pronto el espacio y se pondrán en contacto con la Federación», fueron las palabras del líder rigeliano; pero cuando el mensajero le informó que los terrícolas hacían las pruebas termonucleares en su propio planeta, el líder sólo pudo, después de haber tachado el nombre de la Tierra como futuro integrante de la Federación, murmurar la expresión: «¡Asnos estúpidos!».

Dejemos a los extraterrestres tranquilos, ya suficiente tienen con la nebulosa de incertidumbre en que habitan, y pensemos en nosotros. Toda la cuestión la resume muy bien John Gribbin cuando menciona aquella creencia «de que una vez que alcancemos cierto nivel de destreza tecnológica (o quizá, una vez que crezcamos lo suficiente para dejar de pelearnos entre nosotros), seremos aceptados en una especie de club galáctico de civilizaciones avanzadas». La pregunta salta a la vista: ¿es que somos evolutiva y técnicamente muy anticuados, unos advenedizos en el concierto cósmico, o es que estando ya en un nivel de evolución suficiente, no nos da la cabeza para dejar de estar agarrados como animales rabiosos? Yo me inclino por la segunda opción.

Como proclamaron en momentos distintos filósofos de la talla de Ernst Cassirer o Karl Popper, el primero a mediados y el segundo a fines del siglo XX, sigue estando de moda el irracionalismo. Cuando tenemos una conciencia gigantesca de la realidad a nuestro alrededor, emancipados del yugo de la fe, y más al alcance que nunca las herramientas del conocimiento y el desarrollo de las habilidades intelectuales, la humanidad en bloque sigue comportándose como una multitud ebria de ver a los gladiadores despedazados por los leones en el Coliseo. Un ejercicio del espectáculo, el ruido y las vanidades, siendo ese el lado más amigable. Porque la peor parte es la inevitable consecuencia de lo anterior: la maldita política, ese ejercicio de la mentira y el crimen con patente internacional. No son nuestros reducidos recursos biológicos o poco avance tecnológico lo que nos tiene fregados, sino que nos hacemos la vida miserable por cosas imaginarias.

Esto encierra paradoja, porque aquello mismo que nos hizo inventar la religión, después nos llevó al invento de la ciencia: la revolución cognitiva que menciona Harari, «el punto en el que la historia declaró su independencia de la biología». La misma virtud que engendró a Enlil, dio vida a los números y la escritura, piedras de toque de nuestra evolución intelectual. Que en la actualidad sirven para programar máquinas a las que la masa humana, borracha de TikTok y Casa de los famosos, les transfiere hasta la responsabilidad de pensar.

Finalmente, pienso cederle la palabra al intelectual y científico antioqueño Alonso Restrepo con una cita un poco larga, de esas que ya no se usan, pero es indispensable en ese caso, por ser tres párrafos que no tienen desperdicio y que rematan, palabras más, palabras menos, lo que he puesto arriba:

Y para el estudioso resulta absurdo, inadmisible, intolerable, que por un afán desesperado de conquista, por satisfacer delirios megalómanos de poderío personal, por vanidades de grandeza loca y con patrañas de honor nacional como pretexto, gasten las naciones sumas inconcebibles y anulen y destrocen hombres en pleno vigor de juventud, mientras en cada país tal vez más del 95 por 100 de los pobladores carecen de los medios suficientes para llevar con decoro y con eficacidad la dura carga de la vida humana.

Cuando el Estado sea la fuerza ordenadora y reguladora que debiera ser, cuando empresas y comunidades de toda clase y todas las tendencias entiendan, como se debe, las funciones bilaterales que les corresponden, cuando cada individuo alcance la conciencia de esmerarse en su propio cultivo integral, el pueblo dueño de habitación higiénica, asegurada su alimentación eficaz, y adquirida una instrucción suficiente para el trabajo, para sus relaciones con los demás y para su propio progreso, resolvería por sí mismo y en la forma más cristiana1 y más espléndida, las graves cuestiones sociales que desacreditan la civilización actual y que agobian a todas las aglomeraciones humanas del presente.

Por desgracia, antes de alcanzar tamaño estado de cultura, la humanidad habrá desaparecido del planeta2.


  1. Se le perdona la expresión, propia de su tiempo, que quiere decir «humana», «noble», «correcta». ↩︎
  2. El Colombiano, jueves 17 de noviembre de 1938 ↩︎

Bibliografía

Isaac Asimov. 1992. Cuentos completos. epublibre.org

John Gribbin. 2011. Solos en el universo. El milagro de la vida en la Tierra. epublibre.org

Yuval Noah Harari. 2014. Sapiens. De animales a dioses. epublibre.org

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