Hay cosas de las que se ocupó el filósofo argentino Mario Bunge que, sencillamente, no entiendo. No es que no me esfuerce, lo que me ocurre es que no me alcanza la inteligencia para hacerlo. De aquellas que sí, me impresionan sus críticas al psicoanálisis, el existencialismo y, sobre todo, a la economía neoclásica. Mucho de lo que escribió al respecto me causa contrariedades y atascos intelectuales.
El pasado 24 de febrero cumplió cuatro años de fallecido. Su muerte se dio en los días previos a los encierros esquizoides a los que nos sometieron en el mundo por un virus que, visto en el microscopio, es bastante aterrador, la verdad. No deja de ser, cuando menos curioso, que alguien que dedicó gran parte de su trabajo a la defensa de la ciencia, muriera en la antesala de un momento histórico que nos obligó a refugiarnos en ella.
Fue un auténtico hombre centenario que vivió la mayor parte de su vida en Montreal, expulsado de su país por sus opiniones políticas, las cuales puede decirse que obedecían a un enorme esfuerzo por enseñarnos a identificar a los charlatanes. Pese a ello, poco o nada hemos aprendido. Y el mejor caso es en Argentina, justamente, donde un tipo como Milei moraliza con conceptos y abstracciones económicas bastante rebatidas.
Volví a pensar en Bunge no solamente por su cabo de año, sino porque en Colombia nos hemos apostado en los últimos días a ver el espectáculo mediático ocasionado por los nuevos nombramientos del Gobierno nacional. Un presidente que encierra la amplitud de sus reformas en el círculo de sus adeptos, a los cuales se acusa de activistas y no de expertos.
Algunos sectores opositores a Petro argumentan que las entidades del Estado sólo pueden estar en las manos de tecnócratas y no de políticos, entendiendo por aquellos a las personas formadas en los más altos grados de las más prestigiosas universidades. Por su parte, el Gobierno se defiende proponiendo que hay que evaluar la ejecución de las políticas, más allá de los títulos de quienes las diseñan, apelando a conceptos como honestidad y corrupción.
En cualquiera de los casos, pareciera que sólo un consejo de sabios, conformado por miembros excepcionales por sus aptitudes académicas o por sus criterios morales, es el que puede determinar el rumbo del país. Y esto, por su puesto, es erróneo. No porque la preparación o la transparencia no sean importantes, sino porque la democracia exige una apertura en el diálogo que no se halla enclaustrada ni en las universidades, ni en los partidos políticos.
Es bien conocido que Platón sugirió hace cerca de 2500 años que los filósofos gobernasen La República, pero eso no significa que esa sea una fórmula infalible, especialmente cuando las teorías más arraigadas en los modelos de gestión pública tienen considerables críticas, como las que hizo Mario Bunge. Por tanto, debemos ser cautelosos al asumir una única visión o enfoque, pues en medio del caos político y la polarización que a menudo sesga nuestra percepción, es esencial buscar un equilibrio entre el conocimiento especializado y la participación ciudadana informada.
Espacio
JUAN DANIEL MAZO: Psicólogo y economista, magíster en estudios del comportamiento. Integrante del taller de literatura El Sueño del Pino, con el que ha publicado su producción literaria en la revista Alas de Papel. Ganador del Concurso Nacional de Escritura (2022) en la modalidad de ensayo. Actualmente es docente de cátedra de la Escuela de Artes y Humanidades de la Universidad EAFIT. Disfruta de novelas, libros de divulgación, poemas y artículos de opinión, además de entrevistas o podcast de diferentes escritores.
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