[Crónica]
Hace unos días, un coleccionista de esos que se llaman a sí mismos “entendidos”, pagó cerca de 28 mil euros por una escultura invisible. Sí, leyó bien: invisible. O como dijo el artista italiano Salvatore Garau: «energía condensada». O sea, aire. O sea, nada.
Pero no cualquier nada, no señor: una nada con certificado, instrucciones de montaje y espacio asignado (1,5 por 1,5 metros, por si usted también tiene un rincón vacío que valga 100 millones de pesos).
No es el primer iluminado que se anima a vender lo inmaterial. En 2021, el mismo Garau ya había embolsillado 15 mil euritos con otra obra invisible llamada Io sono (Yo soy). Y aunque lo acusaron de plagio, él respondió muy serio:
—Lo mío no es copia, es inspiración cuántica.
¡Ah, bueno! Si va a citar a Heisenberg, no hay nada más que discutir. Excepto, quizás, si la energía condensada también debe pagar IVA.
Pero no todo está perdido. Este fenómeno no es exclusivo de esculturas que no se ven. El arte abstracto lleva décadas llenando galerías con cuadros que parecen accidentes de cocina.
—¿Qué ve usted ahí?
—Una pelea entre una paleta de helado y un salpicón.
Y ni hablemos del pintor ruso Kandinsky, precursor del arte abstracto, que convirtió la pintura en un campo de batalla entre colores primarios… o de Picasso, el pintor español creador del cubismo, que de tan moderno pintaba la nariz donde le saliera del pincel. Hay quienes aseguran que sus cuadros tienen un orden secreto. Yo, sinceramente, los miro de reojo por si me están mirando ellos primero.
Y luego está el silencio como arte. En 1952, un compositor llamado John Cage presentó su obra más audaz: 4’33”, cuatro minutos y treinta y tres segundos de un pianista… sin tocar una sola tecla. La partitura marcaba pausas. Pues como les parece que algunos teóricos de las vanguardias musicales consideran que el material sonoro de la obra lo componen los ruidos que escucha el espectador durante ese tiempo: suspiros, tosidos, carraspeos, una que otra tripa pidiendo un café con buñuelo… Y el público, por supuesto, aplaudió. ¿A qué? A su propio silencio. O al de su billetera, que a esas alturas ya había hablado demasiado.
El verdadero arte hoy, me temo, no está en crear: está en convencer a alguien con plata de que eso que hiciste es arte. Porque el sistema no premia el talento ni el oficio, sino la audacia y el apellido. El valor de una obra ya no lo dicta la emoción ni la técnica, sino el tamaño del ego del artista, la firma en la esquina y la copa de vino que se sirva en la inauguración.
Hay galerías donde nadie entiende lo que ve, pero todos asienten para no parecer ignorantes. Y coleccionistas que compran no por gusto, sino para decir en voz baja durante un cóctel: «Es un Garau, ¿lo sabías?» Y el otro responde:
—Claro, yo tengo una maravillosa obra de esas más grande invisible en mi casa
Qué risa. No sé si han visto la foto que circuló por redes sociales de un joven que mira detenidamente una manguera contra incendio ubicada en la pared de una galería de arte, ¿una instalación artística contemporánea?
Yo, por mi parte, no juzgo a los artistas: cada quien exprime la realidad como puede. Pero no puedo evitar preguntarme si el problema no es del arte, sino del público: ¿cuánto vale lo que no se entiende? ¿Y por qué hay quienes están dispuestos a pagarlo todo, solo para sentirse parte de un club que aplaude el aire?
Dicho esto, anuncio desde ya mi próxima subasta:
-Obra titulada La inspiración que no me llegó.
-Precio base: 1 milloncito de pesos apenas.
-Incluye un papel en blanco, un marco reciclado y la promesa de que algún día la termine.
Eso sí, el silencio va por cuenta del comprador.
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HENRI GARCÍA JARAMILLO: En el año 2005 fundó el Taller de literatura El sueño del pino, con el que se han realizado eventos literarios nacionales e internacionales. Dirige, por tanto, el órgano de difusión del Taller, la revista literaria Alas de papel, que ya cuenta con nueve números. Sus escritos han sido publicados en varias antologías.
Además de varias cartillas educativas, ha publicado cinco libros de variados temas: Otra página en blanco, Imagenesis, De bolsillo, Él, que me habita y 52 viernes d’estos.
Así se refiere Henri a él mismo:
Nací en 1972 en un febrero tibio.
Profesor de escuela rural prefiero el verde más que el gris.
Poeta de pocas plumas he volado poco.
Pobre de nacimiento, mi riqueza es la familia y el firmamento.
Guerrero de la vida mi mayor temor es el olvido.
Cuando su columna Otra página en blanco aparezca en blanco, es porque a Henri se le olvidó respirar, o lo ahorcó un suspiro. Por lo pronto, catemos su palabra. ¡Salud!
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